sábado, 26 de junio de 2010

Sobre el desprecio del pasado en filosofía




Hay un curso y un recurso en el destino las ideas, ya sea por lo solidario de las conquistas teóricas, que se apoyan unas en otras, ya por limitado de nuestra memoria y su tendencia a repetir formulaciones pretéritas. No hay crítica tan devastadora que reduzca a perpetuas cenizas un supuesto error, ni error tan craso que oculte la luz común por demasiado tiempo.

La Escolástica fue justamente censurada por muchos humanistas, entre ellos el gran Campanella, y por cartesianos y anticartesianos sin distinción. Así aconteció no tanto porque se considerase a sus grandes figuras perros muertos, sino porque aquélla había degenerado en un saber gremial, abstruso e indiferente a la experimentación moderna, en el que la jerga y el argumento de autoridad no dejaban espacio a los nuevos paradigmas. Este diagnóstico general no impidió que Tomás de Aquino jamás fuera despreciado por el grueso de la intelectualidad continental (con la excepción de Nizolio y algún otro iluminado), y que Suárez deviniese lectura recurrente en las universidades europeas hasta el siglo XVIII.

La Escolástica en sentido amplio es la fusión de la cultura grecolatina y la cristiana con fines apologéticos. De ahí que por extensión, y en la medida en que difícilmente lograremos emanciparnos de las categorías filosóficas de la Antigüedad, comprenda también a cualquier tipo de teísmo, y en particular al de las Iglesias católica y reformadas. San Agustín es, según este punto de vista, el principal fundador de la Escolástica por haber sistematizado la problemática entre fe y razón de un modo universal, con independencia de las distintas adscripciones sectarias, y ello aunque no se ocupara de Aristóteles ni fuese secuaz suyo.

A pesar de que en la actualidad el lenguaje popular asocie lo escolástico a lo dogmático y a los filosofemas circulares, quienquiera que conozca la historia de su desarrollo no ignora su carácter revolucionario en Occidente. Tertuliano desconfiaba de la dialéctica y de cualquier aspiración sapiencial de extracción pagana. A su vez, Teófilo de Alejandría y los antiorigenistas estimaban que la filosofía platónica era "hidra de todas las herejías". Semejantemente, Bernardo de Claraval, proclive al fideísmo y a la mística, reaccionó con suma aspereza ante la incursión de la lógica aristotélica en cuestiones doctrinales, teniéndola por arrogante e impía. Se acusaba a Pedro Abelardo de ridiculizar la autoridad de los Padres en su Sic et non, donde se mostraban sus mutuas contradicciones y el modo de salvarlas. El Aquinate tampoco estuvo libre de la sospecha de heterodoxia en un principio. Mas, en fin, si algo distingue a la religión cristiana de todas las que son y han sido es haber aceptado el reto de la razón desde su mismo establecimiento, manteniendo la tensión durante dos milenios sin sucumbir a los miedos integristas de un Al-Ghazali cualquiera.

Por todos estos motivos rechazo la visión simplista y despectiva de la Escolástica y lo escolástico. Toda gran construcción del espíritu permanece de una u otra manera una vez es reemplazada, ya que sus restos son empleados como material para la edificación futura. Así, los nominalistas y Nicolás de Cusa allanaron el camino a la ciencia moderna, previendo su curso, al tiempo que las elaboraciones de la tradición teológica de tan dilatado periodo se repitieron y reformularon en los siguientes. Leibniz decía haber encontrado oro entre la "basura" escolástica, esto es, en la inservible marea de tratados especulativos y comentarios a los comentarios de los clásicos. Cómo haya reducido este oro a excrementos la alquimia positivista es algo que todavía tienen que explicarme, máxime cuando el conocimiento detallado de los autores del Medievo no parece ser la mayor virtud de quienes profesan tan sumarísima opinión.

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