jueves, 4 de octubre de 2007

Sin Dios




¡Viviríamos como brutos, no tendríamos más regla que nuestros apetitos, y por freno el temor de los demás hombres, convertidos eternamente en enemigos los unos de los otros por este temor mutuo! Porque siempre quiere destruirse aquello que se teme. Pensad bien en ello, señor Birton; reflexionad sobre ello seriamente, Jenni, hijo mío; no esperar de Dios castigo ni recompensa es ser realmente ateo. ¿De qué serviría la idea de un Dios que no tuviese ningún poder sobre vosotros? Es como si se dijera: hay un rey de la China que es muy poderoso. Yo respondo: pues con su pan se lo coma; que se quede en su hacienda, y yo en la mía; no me preocupo yo más de él de lo que él se preocupa de mí; no tiene más jurisdicción sobre mi persona que un canónigo de Windsor sobre un miembro de nuestro parlamento; entonces yo soy mi propio Dios: sacrifico el mundo entero a mis fantasías si hallo la ocasión; no tengo ninguna ley, y sólo a mí me miro. Si los otros seres son corderos, me convierto en lobo; si son gallinas, me convierto en zorro.

Imagino (Dios no lo quiera) que toda nuestra Inglaterra sea atea por principios; convengo que podrán encontrarse algunos ciudadanos que, nacidos tranquilos y dóciles, lo bastante ricos como para no tener necesidad de ser injustos, gobernados por el honor, y, por consiguiente, atentos a su conducta, podrán vivir juntos en sociedad: cultivarán las bellas artes, gracias a las cuales las costumbres se suavizan; podrán vivir en la paz, en la inocente alegría de la gente honesta; pero el ateo pobre y violento, seguro de la impunidad, será un imbécil si no os asesina para robaros el dinero. A partir de entonces, todos los vínculos de la sociedad se rompen, todos los crímenes secretos inundan la tierra, como las langostas, apenas vistas primero, vienen a destruir los campos; el pueblo llano no será más que una horda de bandidos, como nuestros ladrones, de los que sólo se ahorca la décima parte en nuestras sesiones; pasan sus miserables vidas en tabernas en compañía de prostitutas, los pegan, se pelean entre ellos; caen ebrios entre sus pintas de plomo, con las que se han abierto la cabeza; se despiertan para robar y para asesinar; ¡vuelven a comenzar cada día este círculo abominable de brutalidades!

¿Quién retendrá a los grandes y a los reyes en sus venganzas, en su ambición, a la cual quieren inmolarlo todo? Un rey ateo es más peligroso que un Ravaillac fanático.

[acto seguido compara a los ateos con los peores Papas del Renacimiento. Concluye: “Si estas costumbres hubieran subsistido, Italia habría quedado más desierta que el Perú tras su invasión”. Prosigue luego].

La creencia en un Dios remunerador de las buenas acciones, castigador de las malas, perdonador de las faltas ligeras, es, pues, la creencia más útil al género humano; es el único freno de los hombres poderosos, que cometen insolentemente los crímenes públicos; es el único freno de los hombres que cometen hábilmente los crímenes secretos. No os digo, amigos míos, que mezcléis esta creencia necesaria con unas supersticiones que la deshonrarían, y que incluso podrían hacerla funesta: el ateo es un monstruo que sólo devorará para calmar su hambre; el supersticioso es otro monstruo que lacerará a los hombres por deber. Siempre he destacado que se puede curar a un ateo, pero que jamás se cura al supersticioso radicalmente; el ateo es un hombre de espíritu que se equivoca, pero que piensa por sí mismo; el supersticioso es un imbécil brutal que no ha tenido nunca otras ideas que las ajenas. El ateo violará a Ifigenia a punto de desposar a Aquiles, pero el fanático la degollará piadosamente sobre el altar, y creerá que Júpiter le estará muy obligado por ello; el ateo robará un vaso de oro de una iglesia para dar de cenar a unas prostitutas, pero el fanático celebrará un auto de fe en esa iglesia, y entonará un cántico judío hasta desgañitarse, al tiempo que manda quemar judíos. Sí, amigos míos, el ateísmo y el fanatismo son los dos polos de un universo de confusión y horror. La estrecha franja de la virtud se encuentra entre estos dos polos; caminad con paso seguro por este sendero; creed en el buen Dios, y sed buenos. Es todo lo que piden los grandes legisladores Locke y Penn a sus pueblos.

Voltaire. Historia de Jenni o El sitio de Barcelona

13 comentarios:

Anónimo dijo...

Si Dios no existiese, habria que inventarlo.

Personaje curioso Voltaire, gran ironico pero filosoficamente hablando no me llama en absoluto, su Candido es bastante logrado en el sentido de mandar a la porra a Leibniz, si bien metio la pata hasta el fondo al tomar el optimismo metafisico de L. por uno terreno:
Pobre Pangloss, sifilitico pero optimista...
¿Habra infinitas monadas contenidas en una gota de orina?

Un gamberrete ilustrado.

Daniel Vicente Carrillo dijo...

Pienso igual que tú, poco me queda que añadir.

Fernando G. Toledo dijo...

Acertó en muchas cosas y desbarró en muchas más. Voltaire era un espíritu furioso, sin dudas. En este texto elegido es donde más falló. Como especulador sobre el ateísmo, Alouet resultó peor que Daniel.

Daniel Vicente Carrillo dijo...

Lo digno de ser remarcado no es que haya un número similar de ateos y creyentes sociables, sino que la insociabilidad se dé también en proporción semejante en los dos ámbitos. El mal es antropológicamente uniforme. Así, el grupo que mayor número de tipos humanos comprenda contará con más posibilidades de estar compuesto por malvados.

Ahora bien, para el ateo medio hacer el mal y quedar impune no es ningún contrasentido o algo que repela a la razón, como sí lo es en cambio para el cristiano medio. Sin embargo, muy pocos hombres albergan esperanzas de quedar impunes por sus fechorías. Esta estadística que muestras, pues, sería en extremo más interesante si se efectuara en sociedades sin ley, y a poder ser sin que la influencia universal del Evangelio pesara sobre ellas; sociedades donde el estándar de moralidad estuviera en manos de la decisión del individuo. Entonces veríamos.

Fernando G. Toledo dijo...

No, lo que marca esta estadística es que todas las especulaciones apologéticas brindadas a lo largo de la historia contra el ateo no tienen fundamento pues, incluso aunque medien influencias de los evangelios (como si no mediaran influencias helénicas, latinas, paganas, ilustradas, etc.), los ateos no requieren de Dios para hacer uso de la razón y aprehender una ética. Quien quiera oír que oiga.

Daniel Vicente Carrillo dijo...

No requieren a Dios, pero requieren la ley y la amenaza de castigo.

Fernando G. Toledo dijo...

No la requieren, eso sólo la es necesario para los temblorosos teístas, meros animales que sólo son capaces de actuar moralmente bajo amenaza.

Daniel Vicente Carrillo dijo...

¿De veras crees que la fe nos hace temer a Dios presuponiéndolo injusto a él y justos a nosotros, sólo que sin su fuerza? No te confundas: éste es el genuino razonamiento ateo para con la moral establecida (siempre que no la haya establecido él).

Fernando G. Toledo dijo...

El temor de, por no actuar "bien", ser castigado con un infierno eterno y trasmundano (o crueles modulaciones similares) es propio de los creyentes, no de los ateos. La idea sale del mismo artículo, no veo por qué ahora te avergonzaría reconocerlo.

Daniel Vicente Carrillo dijo...

Lo que describes sólo sería despreciable si el cristiano obrara bien no por creerlo justo, sino por miedo a que Dios le castigase. Esto tiene un nombre y es hipocresía. Dios -que escruta el corazón y los riñones- no lo tiene por virtuoso.

Por otro lado, no veo gran diferencia entre amar el bien por sí mismo o amarlo porque Dios es bueno. Para los cristianos Dios es el bien. En uno y otro caso se es bueno "porque sí". Pero sólo en el primero -donde se es juez y parte- tiene sentido dudar de la objetividad del bien y amoldarlo a la propia conveniencia.

Daniel Vicente Carrillo dijo...

Es decir, el ateo, sin necesidad de contar con Dios, puede estar perfectamente capacitado para ser partícipe de una justicia "a priori". Me refiero, claro, al derecho natural. Ahora bien, siempre estará en su mano el preguntarse lo siguiente: ¿y qué pasa si no obedezco? Arrogándose el derecho a ser irracional por el gusto de serlo, escapa a cualquier crítica que no sea teológica.

atiko dijo...

Tanto el ateo como el creyente son víctimas de la absolutización del bien y del mal; Son esclavos de la moral. El problema, tal vez, es dar respuesta al sentido del hombre, en especial, después de eso llamado muerte; y la incapacidad de actuar sin una moral o una ley que guie o controle las actuaciones humanas... el día que realmente aceptemos que más allá de la razón no hay nada, no hay dioses, tal vez conozamos mejor que es la realidad.

Daniel Vicente Carrillo dijo...

Mi parecer es que Dios y la razón son lo mismo.